Con una mirada nueva

Subir a Jerusalén implica una mirada nueva, abrir por fin nuestros ojos que han estado ciegos a los cuerpos y a los rostros de los que malviven tirados por nuestras calles.
Ponerme en su lugar... ver mi cara en ese cuerpo sucio y derrotado, sentir los sueños truncados, las esperanzas perdidas, la soledad infinita que añora el tiempo tan lejano en el que alguien me abrazaba con cariño. Malvivir en un silencio helado en el que nadie me dará una palabra y en el que a nadie le importarán las mías.
Y frío, y hambre, y suciedad, y desprecio.
Ponerme en su lugar... y poner también en él la cara de mi amigo, de mi padre, de mi hijo...
Ponerme en su lugar... a riesgo de que ya no pueda volver a serme indiferente, de que encuentre siempre tiempo para el saludo, la sonrisa y la charla si se tercia, de que sienta una profunda incomodidad con mis bolsillos llenos y sepa que es de justicia compartirlos, a riesgo de sufrir con su dolor, a riesgo de que de una u otra manera entre en mi vida.
Ponerme en su lugar... como siempre lo está Aquel que sube delante de nosotros hacia Jerusalén.